viernes, febrero 17, 2006

Vivir en una isla te causa unas sensaciones especiales.

Llevo la mitad de mi vida viviendo en Gran Canaria.

Cierto que el lugar donde nací, Jaén, es también como una isla rodeada de un mar de árboles invencibles, los olivos centenarios.

Pero allí no olía a mar. Aquí la mañana te despierta con un aroma húmedo venido del mar, las nubes cambiantes te saludan y algunas veces traen arena del desierto, otras gotas de otros mares, las más, simplemente, permanecen ahí, esperando que algo, el viento, las lleve a las montañas del centro de la isla, o las devuelva al mar de donde vinieron.

Ya sé que las islas Canarias son conocidas por su buen clima, su sol y su ausencia de nubes. Pero los que vivimos aquí sabemos que eso no es exactamente así. No es así en toda la isla, y gracias, porque si no vivíriamos ya en un desierto.

La isla es como un pequeño país, como un continente en miniatura la llamaron, las nubes se dividen, dejan el sur soleado y se alojan en el norte y en las montañas del centro, allí la isla las ordeña y les extrae el agua necesaria para seguir viviendo, para seguir creciendo.

La isla se parece a este blog, un pequeño conjunto de palabras perdidas en un mar de infinitas letras. Sólo el que llega hasta ella es capaz de aprender a leerla.

Por eso yo la llamo Atlantia.

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